INTRODUCCIÓN
Mujeres y hombres llegamos al siglo XXI compartiendo un entorno social,
económico, político y cultural, en que los antiguos modelos de convivencia y
división sexual de espacios, función y trabajos están experimentando profundos
cambios.
Estos cambios están marcados por la incorporación progresiva de las mujeres a
los espacios públicos, la política, la economía y por la familiarización de
sociedades con nuevos modelos femeninos que ocupan puestos de dirección y
decisión política o económica. Los nuevos retos y la dinámica de la vida
familiar que se presentan en el ámbito económico y social han conllevado a la
rápida incorporación de la mujer a la vida pública y aunque de forma más lenta,
a los hombres a ocupar algunos espacios privados ampliando su diapasón en las
responsabilidades familiares.
Para responder a esos desafíos, más que la discusión de si mantener de manera
rígida la división sexual del trabajo, de lo que se trata es de lograr la
integración de las capacidades e intereses de todos y de todas.
En este sentido la igualdad de oportunidades es una herramienta que aporta los
recursos necesarios para afrontar esos nuevos retos.
Sin embargo como es sabido aún no es suficiente con la incorporación de las
mujeres en las áreas tradicionalmente aceptadas de salud, educación y empleo,
sino que es imprescindible asegurar su integración a un contexto caracterizado
por una profunda revolución científico-tecnológica, progresiva globalización de
los mercados y una competitividad basada cada vez más en la incorporación y
difusión del progreso técnico. Hoy por hoy hay mujeres que han accedido al
desarrollo y a la equidad, otras sólo al desarrollo pero muchas que no han
podido integrarse a ninguno de los dos aspectos, y está claro que no es posible
alcanzar el desarrollo más allá del crecimiento económico, si no se mejora el
status social de las mujeres.
Así una forma de explicar la desigualdad histórica existente entre hombres y
mujeres sobre la base de la rígida división sexual del trabajo, cuyas raíces
biológicas de ninguna manera justifican la subordinación y discriminación hacia
las mujeres en nuestras sociedades, surgió a mediados de la década de los años
70 la denominada perspectiva o enfoque de género como vía para dar solución a
las interrogantes teórico-metodológicas planteadas por tales desigualdades.
Estas desigualdades de género han sido objeto de tratamiento por parte de muchas
autoras latinoamericanas entre las que se destacan Patricia Ruiz y Ana Valdés
que coincidentemente abordan este problema como uno de los pilares y mecanismo
más importante para perpetuar la discriminación, por cuanto las relaciones de
género definen por una parte las relaciones entre los hombres y mujeres así como
las del conjunto social, pero que de otra parte no sólo organiza la vida
material (economía) sino también las instituciones y representaciones
colectivas, y precisamente la transformación de estos patrones es la apuesta de
este nuevo enfoque, que muy a pesar de no ser una teoría acabada ,permite
analizar la inserción de la mujer en la sociedad comparada con la de los
hombres, y en tal sentido propicia el debate sobre qué sucede con las relaciones
entre hombres y mujeres en esta sociedad concreta y cómo se puede lograr la
equidad en esa esfera. De ahí que el género se revele cada vez más como un
aspecto clave en el diseño de cualquier política de desarrollo y bienestar
social.
Este estudio constituye a criterio de muchos autores (1) la innovación más
importante de los últimos veinte años en las ciencias sociales, formando parte
de una tentativa de las feministas contemporáneas para reivindicar un territorio
definidor específico, de insistir en la insuficiencia de los cuerpos teóricos
existentes para explicar la persistente desigualdad entre hombres y mujeres
DESARROLLO
Aunque los primeros estudios sobre el tema datan de los años treinta, es sólo
durante la década de los años 80 y 90, que se presentan con mayor pujanza, por
obra de los avances sociales que acompañan a las necesidades de hombres y
mujeres en la búsqueda de relaciones más justas y de equidad.
El término ha sido tratado por diversos autores, así merece especial análisis
los diferentes conceptos tratados por los mismos.
Género:” es la equitación que la sociedad confiere a cada sexo, que provoca la
separación de roles entre las personas y que se expresan en instituciones y
organizaciones, teniendo como primer promotor a la familia. (Torres Lizandra,
pag. 283).
La autora hace referencia a la familia como eslabón primero en el ámbito de las
relaciones entre dos personas, pues es en ella donde se aprenden las primeras
normas de conducta, de cómo es necesario comportarse en función del sexo con que
se nace.
E l proceso de socialización en el ámbito familiar se realiza a través de los
roles que representan la madre y el padre, dada su función de modelos de
comportamiento a imitar, en la adjudicación de juguetes diferentes a niños y
niñas .Sin embargo, ser hombre o mujer, no es una característica biológica, sino
una construcción de identidades a través de mecanismos de socialización pactados
histórica y culturalmente, que sitúan a unos y otros en género masculino y
femenino, determinando con eso la educación que deben recibir y el papel social
que tienen que jugar las personas según el sexo con que nacen, desarrollándose
así desde la familia la educación sexista, hecho que traspasa estas fronteras y
se evidencia también en el ámbito educativo como agente de socialización que
también trasmite un fuerte mensaje desde el momento en que nuestra forma de
pensar ,y sentir no siempre coincide con nuestro modo de actuar y aunque aparece
de manera inconsciente es captado por los que nos rodean . Es decir, el género
es algo así que nos marca, nos identifica en nuestro comportamiento social,
personal, colectivo e íntimo.
Género:” es una construcción cultural, social e histórica que sobre la base
biológica del sexo determina normativamente lo masculino y lo femenino en la
sociedad” (Lamas Marta, pag. 25)
Género:” es definido como producto de una estructura histórico-cultural
jerarquizada que coloca a las mujeres en una posición de subordinación e
inferioridad en relación a la superioridad y dominación del varón” ( Barbieri
Teresa, pag. 28)
Género:” se refiere a la forma en que las relaciones entre hombres y mujeres son
estructuradas socialmente, reestructuradas y, mediante ese proceso,
transformadas”. ( Young Kate, pag. 45)
Género:” nos remite a características que social y culturalmente se adscriben a
hombres y mujeres a partir de las diferencias biológicas constituyendo así, lo
que se conoce como género masculino y femenino” (Ruiz Patricia, pag. 20-25).
Coincidentemente las autoras en sus definiciones rechazan la explicación
biologicista de que las mujeres tienen capacidad para parir y que los hombres
tienen mayor fuerza muscular, demostrando que el género es una forma de denotar
las construcciones culturales, la creación totalmente social de ideas sobre los
roles apropiadas para mujeres y hombres. Que hace referencia a la concepción que
tenemos los humanos de lo que es ser macho o hembra, lo que supone para cada uno
de nosotros dentro de una determinada tradición, ser varón o mujer.
Por su parte la investigadora Ana Peñate define el género “como una constructora
social que define lo masculino y lo femenino, responde a una época histórica y a
una cultura determinada, articula diferentes rasgos de la personalidad del
individuo, sienta pautas para el comportamiento que se debe asumir en tanto se
sea hombre o mujer y conforma un sistema de exigencias sociales que el ser
humano incorpora y cumple a través del proceso de socialización en espacios
tales como la familia, la escuela, el grupo de amigos y los medios de
comunicación masiva entre otros”.(pag )
De igual forma hace alusión a que para muchos estudiosos y estudiosas del tema,
en esta categoría confluyen o se articulan tres elementos básicos del mismo: la
asignación, la identidad y el rol.
La asignación del género se realiza en el mismo momento del nacimiento de la
persona a partir de sus genitales, elemento suficiente para que le sea otorgado
socialmente el género: masculino o femenino, lo cual de hecho determinará la
vida futura de ambos. La identidad, conformada por aspectos biológicos y
psicológicos, se establece en los primeros años de la vida, mientras que el rol
apunta al conjunto de normas socialmente establecidas y que son de obligatorio
cumplimiento tanto por hombres como por mujeres.
No somos machos o hembras simplemente, sino que tenemos una idea culturalmente
elaborada de qué es ser varón o hembra. Atendiendo a estos referente
consideramos que el género debe ser concebido como un sistema integrado de
comportamientos aprendidos en el proceso de socialización, construidos
históricamente de forma dinámica, que organizan las pautas por las que deben
regirse las relaciones sociales entre mujeres y hombres, las respectivas
posiciones, funciones y espacios que corresponden a cada uno, donde se demuestre
la fragilidad y falsedad de las explicaciones biologicistas de la subordinación
de la mujer, mientras el sexo alude a aspectos físicos, biológicos, anatómico
que distinguen lo que es un macho y una hembra.
Por su parte, muchos antropólogos han restringido el uso del género al sistema
de parentesco centrándose en la casa y la familia como bases de la organización
social, pero obviamente es necesario incluir no sólo a la familia, sino también
en las sociedades modernas al mercado de trabajo, la educación y el sufragio
masculino, que segregados por sexo forman también parte del proceso de
construcción del género. Realmente el género se construye a través del
parentesco, pero no en forma exclusiva, puesto que también se construye mediante
la economía y la política, y si bien el género no constituye el único campo por
medio del cual se articula el poder, según Scot parece haber sido una forma
persistente y recurrente de facilitar la significación de poder en las
tradiciones occidentales y otras, siendo ésta una de las referencias por la que
se ha concebido, legitimado y criticado el poder político. De tal forma la
autora sugiere la necesidad de que el género se redefina y reestructure en
conjunción con una visión de igualdad política y social que comprenda no solo el
sexo, sino las clases y las razas.
A pesar del enorme desafío que significa enfrentar el problema cultural y
trabajar en la construcción de una infraestructura de valores encaminadas a
abolir las desigualdades entre los géneros, autoras de países latinoamericanos
(Lamas, Risco (1998) coinciden en plantear que entre los aspectos en que se
asienta la discriminación femenina en sus países merece señalarse el de la
división genérica del trabajo y de las responsabilidades sociales, en las que se
le asigna a la mujer fundamentalmente las funciones reproductivas biológicas,
sociales y materiales, liberando a los varones de las mismas.
Conocido es, que en estos países a pesar de los esfuerzos desplegados, la
igualdad de oportunidades de hombres y mujeres para participar en el logro del
bienestar y desarrollo como uno de los ejes centrales de la equidad, aún no se
ha alcanzado, pues no se reconoce el aporte de la mujer en la sociedad, ni la
importancia del trabajo reproductivo y no se ha incidido en la distribución del
poder entre varones y mujeres.
Consideramos que incursionar en el mundo reproductivo y abogar por su
transformación es de suma importancia, pues es aquí donde se asienta el mayor
aporte que la mujer hace a la sociedad, y donde también la subordinación se
evidencia con mayor crudeza, pues la dependencia económica, unida al hecho de
que las mujeres están constantemente al servicio de los otros, nos indica que en
el espacio doméstico es donde las relaciones de poder derivadas del sistema de
género son experimentadas de forma particular e individual. Por tal motivo, la
equidad de género requiere establecerse no solo en el espacio social, sino
también en el hogar y la cotidianidad.
El término exclusión social, surgió en Francia en la década de los años 70 para
referirse a personas que quedaron sin protección y fueron clasificados como
problemas sociales. Posteriormente en la década de los 80 se asoció a los
cambios políticos, económicos y tecnológicos que tenían lugar en el mundo.
Instituciones europeas, vinculan la misma con la inadecuada realización de los
derechos sociales y políticos, derechos de alcanzar un estándar de físico de
vida y de participar de mayores oportunidades sociales y ocupacionales de la
sociedad.
Rosa Fleury presenta como acepciones del término exclusión social, las que
siguen:
1. carencia de diversos atributos fundamentales para su inserción en el mercado
como: falta de escolaridad, habilidades profesionales, condiciones sanitarias,
etc.
2. falta de acceso a ciertos bienes y servicios (créditos, vivienda, sistema de
seguridad social, alimentación básica)
3. como condición de vulnerabilidad, que presentan ciertos grupos sociales (como
resultado de la edad, género, etnia, condiciones de salud).(pag.20).
4. Cabe concluir aquí su identificación como algo que un individuo posee o no.
Sin embargo la nueva perspectiva la trata como la negación de la ciudadanía, es
decir, el impedimento para gozar de los derechos civiles, políticos y sociales
vinculados, en cada sociedad, según la pauta de los derechos y deberes que
condiciona legalmente la inclusión en la comunidad sociopolítica (Buenaventura
de Souza, pag 4).
Así el autor caracteriza la exclusión como un fenómeno cultural y social, que se
asienta en el carácter esencial de la diferencia.
Para la comprensión de la exclusión, es introducida como cuestión central la
concepción de que es un proceso que despoja a los individuos de su dimensión
humana, impidiéndoles que se vuelvan sujetos de su proceso social, lo que quiere
decir, que además de los derechos de ciudadanía a los excluidos se le está
negando su propia condición humana y la posibilidad de realizar su potencial
como sujeto.
Así desde la posición del autor, la exclusión debe ser entendida entonces, como
un concepto relativo y de doble sentido: como la contrapartida de la inclusión,
es decir, se está excluido de algo cuya posesión implica un sentido de
inclusión.
Este algo puede significar una diversidad de situaciones o posesiones materiales
o no materiales, como vivienda, trabajo, educación etc, y relativo porque varía
históricamente, en los contextos situados.
Consideramos en este sentido de que la exclusión social debe ser entendido como
un fenómeno complejo y multidimensional que impide a los individuos participar
plenamente en la sociedad y en el que intervienen, además de la falta de
determinados servicios, factores sociodemográficos, de situación sociocultural y
de nivel de calidad de vida, pues realmente la esencia humana se define como el
conjunto e relaciones sociales, por lo que el hombre excluido o enajenado
evidentemente ha perdido su esencia humana. Este concepto está estrechamente
vinculado con otro fenómeno muy difundido por nuestros países, y es precisamente
el de la marginalidad.
Autores como Claudio Terrado la define” como un proceso por lo que una sociedad
rechaza a unos determinados individuos, desde la simple indiferencia (ancianos,
minusválidos etc); hasta la reclusión y represión (delincuentes, disidentes
políticos, drogadictos, etc); dándose el caso de quienes rechazando
conscientemente los valores y normas de una determinada sociedad, se
automarginan (hippie, intelectuales)” pag.38
La propia apertura de un estudio con enfoque de género constituye una opción al
estudio de la marginalidad. Entiéndase la marginalidad como un proceso
interrelacionado de exclusión (privación o marginación de ciertos beneficios,
oportunidades o derechos sociales), y autoexclusión (rechazo y trasgresión de
normas, valores u objetivos dominantes) que se genera en todo orden social
establecido.
El término tiene sus orígenes en la antropología cultural y desde su nacimiento
ha tenido una producción muy extensa en los países latinoamericanos. El mismo ha
transitado por diversas acepciones. Ha sido muy frecuente encontrarlo
estrechamente vinculado al concepto de pobreza, que si bien son términos que
tienen puntos de conexión, no son realmente equivalentes. Por otra parte,
aparecen las interpretaciones teóricas y variados intentos de interpretar las
causas del fenómeno en las sociedades contemporáneas, especialmente en la
periferia.
Si seguimos el curso histórico de este concepto, se verá que es esencialmente
latinoamericano; aunque no lo sea exclusivamente, ni como concepto ni como
fenómeno. El término marginalidad tiene su origen en aquellos proyectos de
industrialización de los años 30 y los 40, que desembocaron en los 50 y los 60
con las propuestas de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Según
el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, vigente en
aquel período, se identifica como referente un mundo desarrollado, civilizado,
etc, al cual no pertenecemos y al que deberíamos acercarnos.
Este enfoque fue retomado por las corrientes culturalistas del Centro de
Desarrollo Económico y Social (CEDAL), en el cual a través de su modelo ideado,
la marginalidad es caracterizada por su incapacidad para modificar su situación
por iniciativa propia.
Más adelante aparecen los trabajos de Oscar Lewis, el que partiendo de sus
estudios en México, Puerto Rico, Cuba y otros países del continente, desarrolló
su teoría sobre la cultura de la pobreza, y la definía como un sistema o estilo
de vida estable que reproduce tal condición. En esta veía los agentes de cambios
como externos.
Con los dependentistas, como José Nun, se valora si la marginalidad es o no
funcional al sistema capitalista, y si es un producto típico del capitalismo
subdesarrollado.
Hoy en la era de la globalización neoliberal al abordar el fenómeno de la
marginalidad se hace alusión a nuevos elementos, no presentes en los años 60.
Básicamente el fenómeno de la marginalidad era asociado a los habitantes de las
zonas periféricas de las urbes capitalinas, las nombradas “villas miserias”,
caracterizadas por la extrema pobreza, sin embargo esa no es la realidad de hoy
en día, cuando percibimos que la anterior demarcación territorial, ha sido
sustituida por una expansión a lo largo y ancho de las ciudades. El propio
desarrollo y la proliferación de políticas neoliberales han engendrado
condiciones para que en el seno de familias con sustento económico y viviendo en
las grandes urbes se observen rasgos que denotan enajenación en algunos de sus
miembros, como por ejemplo, los jóvenes que tienen adicción por las drogas entre
otros.
Otro aspecto relacionado con la marginalidad y que ha emergido es el de las
migraciones, específicamente en el sentido rural-urbano, y la formación de las
zonas periféricas alrededor de las grandes ciudades. Aunque desde otra
connotación, este se mantiene actual en los discursos teóricos, debido al
incremento de las migraciones externas como estrategia de sobrevivencia para
muchos sectores de la población. Vinculado a las migraciones internas, hay otro
tema relevante, que los sociólogos han llamado “la concentración de las
facilidades urbanas” en determinadas ciudades del país. Esto no quiere decir que
en las mismas se haya alcanzado realmente un nivel de construcción de la
infraestructura necesaria para satisfacer todas las necesidades, sino que
realmente no se desarrolló en igual medida en el resto del país, por lo tanto
hay sus diferencias. De esta forma la migración se explica por la existencia de
otras posibilidades, condiciones y por tanto otras perspectivas para la vida.
Como se puede apreciar la multiplicidad de trabajos sobre marginación y
exclusión social, da cuenta no sólo de la profundidad de la problemática sino
también las dificultades para abordarlas.
1- Frazer Nancy) 1989), Power, Discourses and Gender in Contemporary Social
Theory, Minnesota, University of Minnesota Press.
2- Torres Martínez Lizandra: Feminismo Popular en el México Contemporáneo. En
Revista Homines, no 2, 1992.
3- Lamas Marta (1986). Ver, Desarrollo y equidad de género: una tarea pendiente.
Revista CEPAL. Santiago de Chile, no 13, 1993.
4- Barbieri Teresa.(1990), ídem
5- Young Kate: Reflexiones sobre como enfrentar las necesidades de las mujeres,
una nueva lectura: género en el desarrollo. 1991.
6- Ruiz Bravo Patricia: Género, educación y desarrollo. Santiago de Chile,(1994)
7- Peñate Ana: Revista Temas No 27, 1999.
AUTOR
Joysi May Mathías