INTRODUCCIÓN
La zona central andina de la América del Sur es uno de los ámbitos más ricos en
vestigios de importantes civilizaciones antiguas en todo el mundo. Existieron en
la antigüedad en esta zona numerosas culturas con diversos grados de desarrollo
que, desde muchos siglos antes del comienzo de nuestra era fueron apareciendo y
desapareciendo, superponiéndose unas a otras, hasta llegar a convertirse casi
todas ellas en una sola. Esta confluencia de culturas se convertiría en una de
las más importantes civilizaciones de todos los tiempos: el imperio Inca.
DESARROLLO
Los rastros más antiguos de presencia humana en esta zona que se conocen al día
de hoy, son unos objetos, posiblemente herramientas, tallados en piedra junto a
restos óseos de animales, hallados en la gruta de Pikimachay, en la provincia
peruana de Ayacucho, a los que se adjudica una antigüedad mayor a los veinte mil
años (18.200 a 14.700 a.C.). También en otras zonas como Lauricocha, Telarmachay
y Guitarrero, se han encontrado restos similares, que revelaron una antigüedad
no mucho menor, ya que datarían de fechas cercanas al 15.000 a. C.
Aproximadamente a partir del año 6.000 a. C. comienzan a desarrollarse las
primeras culturas agrícolas en la zona de la costa norte del actual Perú. Es en
esta época cuando empiezan a surgir los primeros indicios del nacimiento de
núcleos poblacionales estables, pequeñas aldeas que configuran los primeros
antecedentes del urbanismo andino, asentados permanentemente en diversos sitios,
sobre la base de los inicios de una forma primitiva de agricultura. Lentamente,
estos incipientes asentamientos, se consolidan, abandonando definitivamente el
nomadismo, y desarrollando aún más los inicios de su agricultura y la
domesticación de animales.
Con el correr de los años, la búsqueda espiritual de estos primeros grupos
sedentarios, los lleva a la necesidad de interpretar los fenómenos naturales, lo
que la naturaleza les da. y aún su propia existencia, transformando la vida de
los habitantes, al introducir en su propia vida los antecedentes de lo que con
el futuro serían complejas religiones. Algunos sitios se erigen especialmente
para el ejercicio de las nuevas actividades que demandan los ritos, y estos
centros religiosos se van transformando en populosos núcleos urbanos que
albergan residencias, mercados, y órganos administrativos, políticos y
religiosos. La economía de estos centros se apoyaba primordialmente en el
desarrollo y control de grandes extensiones territoriales dedicadas a la
economía agrícola y la ganadería, mientras que el mantenimiento específico de
los órganos de poder residía en un sistema de tributación del pueblo que
incluiría no sólo la aportación de materias primas sino también de la prestación
de labores en obras públicas, o prestando servicios a las clases dirigentes.
Se estima que estas clases dirigentes llegaron a tener riquezas extraordinarias,
hecho comprobado con los hallazgos arqueológicos, especialmente de tumbas de
señores de la cultura Moche, entre otros. Precisamente esta cultura fue una de
las más importantes de la era pre incaica, habiéndose iniciado en la zona de los
valles de Chicama y Moche, para luego, alrededor del año 200 a. C. comenzar a
expandirse hacia otros valles. Otras civilizaciones de importancia comenzaron a
aparecer en diferentes zonas desde el norte de Perú hasta la actual Bolivia, que
con el correr de los siglos desarrollarían las bases de la cultura incaica.
Pueblos como la civilización Moche, Tiawanaku, Nazca y Chimú, dejaron todo su
bagaje cultural como herencia a aquellos que se encargarían de llenar su espacio
y desarrollar una cultura que iba a ocupar el lugar, político y territorial, de
todas ellas, llegando a convertirse en una de las más importantes civilizaciones
de todos los tiempos.
Orígenes
El inicio de la civilización incaica se remontaría aproximadamente al año 1100
de nuestra era, aunque este supuesto inicio, está basado, como suele ser
habitual, en una leyenda. La tradición cuenta que un héroe civilizador llamado
Manco Cápac, hijo del sol, fundó la ciudad del Cuzco en un valle entre la
confluencia de dos ríos. Éste había sido enviado por el sol junto a su hermana y
esposa Mamá Ocllo, con el objeto de que reuniesen a los naturales en poblaciones
y los convirtieran en seres civilizados, debido a que el astro rey se había
compadecido del estado de barbarie y abandono en el que estaban viviendo los
hombres.
Los hermanos venidos del cielo habrían llegado a la tierra en las inmediaciones
del Lago Titicaca, en la actual zona fronteriza entre Perú y Bolivia para luego
iniciar un lento peregrinaje por las altísimas llanuras del altiplano. Tenían en
su poder un pequeña vara de oro y según las instrucciones recibidas por el sol,
deberían fijar su residencia en el sitio en donde la vara se hundiera por sí
sola. Una vez que arribaron al valle del Cuzco tuvo lugar el hundimiento
prodigioso de la vara y de esta forma establecieron su residencia. Ya instalados
en el sitio prodigioso, Manco Capac comenzó a instruir a los hombres en la
agricultura, mientras que su hermana y esposa instruyó a las mujeres en las
artes del hilado y el tejido. Así, la gente del valle, obedeciendo las divinas
enseñanzas, se convirtió en los cimientos del pueblo Inca. En poco tiempo, el
aprendizaje recibido hizo a este pueblo notablemente superior a las demás tribus
vecinas, erigiéndose en la tribu dominante, lo que los llevó a extenderse más
allá de las fronteras del valle del Cuzco unificando las culturas por medio de
la conquista.
Existen diferentes teorías sobre la forma de apreciar esta tradición. Hay
quienes niegan la existencia del más mínimo atisbo de verdad en su contenido,
afirmando que la leyenda es una creación totalmente original que se inventó en
tiempos de apogeo del imperio, para dar soporte divino a sus monarcas,
instituyéndose en descendientes del hijo del sol, además de lograr una unidad
religiosa del pueblo con toda una jerarquía eclesiástica, con vistas a su
dominación. Pero también están aquellos que, como el Inca Garcilaso de la Vega,
piensan que la leyenda tiene una base de verdad, atribuyéndole la identidad del
supuesto hijo del sol, a algún individuo extranjero instruido e inteligente, que
al arribar con su grupo al valle del Cuzco, comprendió que haciéndose pasar por
un Dios podría convertirse en el jefe de los elementales naturales que habitaban
el lugar en condiciones precarias. En definitiva, es probable que un pequeño
grupo procedente de la zona de los actuales andes bolivianos, o quizá de la zona
del lago Titicaca se hayan instalado en la zona del valle del Cuzco huyendo de
vecinos hostiles o simplemente buscando un lugar más apto para el desarrollo de
la actividad agrícola y ganadera, llegando, con el correr de los años, a
unificar la multitud de costumbres, tradiciones y cultos de los diversos grupos
étnicos residentes en las zonas lindantes.
Existen, por otra parte, otras tradiciones que intentan echar luz sobre los
orígenes incaicos, que hablan de hombres blancos y barbados que salieron de las
aguas del lago Titicaca, o incluso del mar, para civilizar al pueblo y hacerlos
vivir en paz. Esta leyenda, con diferentes variantes, se repite sistemáticamente
en numerosas culturas americanas de diferentes zonas geográficas, como por
ejemplo en la cultura azteca, cuando se recuerda la leyenda de Qetzalcoatl, el
dios civilizador blanco y barbado que había llegado de oriente y un día partió
prometiendo volver. Este tipo de leyendas provoca irremediablemente en muchas
personas la tentación de interrogarse sobre las misteriosas razones que pueden
haber hecho que una misma historia se haya expandido por tan extensos
territorios que teóricamente no tenían contacto entre sí. ¿Quiénes serían estos
hombres blancos barbados que llegaron desde las aguas en épocas remotas, muy
anteriores al arribo de los españoles? Esto, claro, si realmente estas leyendas
tienen una base de hechos verdaderamente acaecidos en tierras americanas.
De una u otra forma, no parece probable que el inicio de esta civilización se
remonte al año 1100 de nuestra era, como lo afirman diversas crónicas, debido a
que no se ajusta el lapso de tiempo transcurrido desde entonces hasta la fecha
de llegada de los conquistadores, a la cantidad de monarcas ungidos por la
tradición. Cuenta esta tradición con una genealogía conformada, desde aquella
época hasta la llegada de los españoles, por una lista de trece Incas, aunque se
estima que de todos ellos, sólo pueden ser considerados con cierta certeza,
verdaderos personajes históricos a los últimos cinco, ya que se duda sobre los
primeros ocho, a quienes se no se adjudica una entidad enteramente histórica
debido a la falta de información fehaciente. El primer grupo está conformado
por: Manco Cápac, Sinchi Roca, Lloque Yupanqui, Mayta Cápac, Cápac Yupanqui,
Inca Roca, Yahuar Huacac y Viracocha Inca. El segundo grupo integrado por
aquellos monarcas cuya referencia histórica estaría comprobada, está formado
según el siguiente detalle: Pachacuti Inca Yupanqui, Topa Inca Yupanqui, Huayna
Cápac, Huáscar y Atahualpa.
Incluso no hay seguridad de que los primeros monarcas hayan detentado el poder
en forma de Inca todopoderoso, sino que se estima posible que haya sido
compartido probablemente entre dos monarcas, originarios de diferentes secciones
de la ciudad capital. Se sabe que durante mucho tiempo, existió en la zona una
intensa rivalidad entre los descendientes de Manco Cápac y el pueblo de los
Chancas. El final de este enfrentamiento daría al triunfador la posibilidad de
lograr la hegemonía sobre el valle y lanzarse a una aventura expansionista.
Aproximadamente en el año 1438 se dio este final, con el triunfo definitivo de
los Incas sobre sus aguerridos rivales.
Es a partir de este momento que puede hablarse con propiedad del imperio Inca o
Tawantinsuyu, coincidiendo con el inicio del reinado del considerado como el
verdadero creador de esta civilización: el Inca Pachacuti. Durante su reinado,
aproximadamente entre los años 1438 y 1471, se llevó a cabo el engrandecimiento
de la ciudad del Cuzco, el establecimiento de las instituciones, la organización
del imperio y, principalmente, el inicio de la expansión territorial. Fue
guerrero, organizador y legislador. Algunos lo han llamado el Alejandro Magno de
la antigua América. Esta fervorosa actividad en beneficio del imperio, la heredó
a su hijo Topa Inca Yupanqui, quien consolidó la expansión que llevó a esta
civilización a contar con un territorio de unos 600.000 km2, alcanzando a cubrir
los actuales territorios de Perú, Bolivia y Ecuador, y parte de Colombia, Chile
y Argentina, en la época de la llegada de Francisco Pizarro.
Igualmente, todo, absolutamente todo lo que pueda decirse de esta civilización,
es relativo, debido a que jamás dejaron registro escrito alguno, y todo lo que
conocemos de su historia y características se debe a la tradición oral a través
de los siglos, recogida por los cronistas españoles, lo que a todas luces,
parece una fuente, como mínimo, pasible de errores, modificaciones,
interpretaciones y demás elementos que pudieran desvirtuar la exactitud de la
información a través del tiempo.
Organización del poder. El Inca y la nobleza.
Según la tradición, el poder pasó ininterrumpidamente de padres a hijos a partir
de Manco Capac, al hijo primogénito de la Coya, única esposa legítima del
monarca cuya condición la distinguía entre las numerosas concubinas del palacio.
De cualquier forma, también es relativa esta tradición ya que se cree que si en
su momento, éste no era el más apto, se escogía al más hábil entre la prole de
los principales. Con el objeto de mantener la pureza de la sangre real, al no
mezclar la sangre del Sol con la sangre humana, según lo dictaban sus creencias.
Esta esposa o Coya, era escogida de entre las hermanas del Inca. Precisamente el
monarca era quien se hallaba a la cabeza del Estado, en forma de rey supremo y,
si bien originalmente gobernó una pequeña tribu, luego se convirtió en la
autoridad máxima de un enorme imperio, que ejercía en forma despótica su poder
teocrático, disponiendo a su antojo sobre la vida y obra de sus súbditos. Su
poder provenía directamente del sol, el Tata Inti, ya que se decía descendiente
directo de Manco Capac, hijo del sol y progenitor de todos los futuros monarcas.
Los jóvenes escogidos para suceder al Inca, eran encargados a un grupo de sabios
o amautas desde muy temprana edad, a los fines de ser instruidos en las artes
del poder, la educación militar y el ceremonial religioso, el cual llegó a un
alto grado de complejidad. Los jóvenes de entre los cuales saldría el sucesor,
tenían que superar a los dieciséis años una prueba atlética que incluía
ejercicios, lucha, pugilato, carreras, ayuno riguroso y diferentes tipos de
combate.
Esto duraba unos treinta días, y no todos llegaban al final con vida, debido a
las exigencias desmedidas que implicaban este proceso. Terminada la prueba todos
eran recibidos por el Inca y felicitados por éste, a manera de estímulo. Luego
seguía un largo y complicado procedimiento ritual que concluía con la elección
del sucesor, en la plaza principal de la ciudad, en medio de un animado festival
público de danzas y cantos. A partir de este momento, el elegido era puesto al
lado del Inca, y se le otorgaban ciertas funciones de importancia dentro de la
administración, convirtiéndolo en una especie de vice gobernante, con el
propósito de evitar peleas en la sucesión, aunque esto no siempre pudo evitarse,
llegando incluso a darse el caso de haber cambiado al sucesor a último momento.
El soberano, cuya denominación era Sapa Inca, utilizaba varias insignias de
poder, entre las cuales se distinguía la mascapaicha que usaba sobre su cabeza,
y que solía estar coronada por dos plumas de un exótico pájaro. También su
vestuario debía diferenciarlo de los demás mortales, ya que él estaba situado
por encima de todos, llevaba una túnica sin mangas que le llegaba hasta las
rodillas, confeccionada con telas de lana de vicuña, de la más alta calidad,
cubierta por una capa. Calzaba unas sandalias de lana, normalmente blancas.
El Inca llevaba una vida holgada y plena de comodidades, sin embargo debía
cumplir con múltiples obligaciones derivadas de su majestad. Su principal labor
eran los viajes permanentes, a manera de agotadoras peregrinaciones por todas
las rutas del imperio para, entre otras cosas, inspeccionar la construcción de
palacios, obras públicas de importancia estratégica y militar, y en épocas de
guerra, llegaba a acompañar a sus ejércitos. La comitiva era enorme, y se
desplazaban con lentitud por las rutas imperiales, descansando en los tambos,
posadas bien aprovisionadas construidas sobre los caminos, que se calculan en
varios miles en el momento de apogeo. El Inca era llevado en una litera que
tenía detalles en oro y piedras preciosas, pero solía mostrarse sencillo al
arribar a los pueblos, tomando contacto con los naturales para conocer sus
problemas, incluso llegaba en oportunidades a tomar parte en alguna disputa en
los tribunales locales.
Los palacios reales eran totalmente construidos en piedra, en edificios
sumamente extensos de una sola planta con un patio central, cubiertos con techos
de paja o de madera. Jamás un nuevo Inca ocupaba el palacio de su antecesor,
sino que se construía un nuevo palacio, donde pasaba a residir con toda su corte
de concubinas, guardias y servidores. El palacio del Inca que fallecía era
cerrado con todos sus tesoros dentro. El nuevo monarca nada recibía en herencia,
sino que él debía procurarse todo lo que constituiría la imagen de su dignidad
real. Ni siquiera heredaba el personal de servicio, ya que normalmente eran
inmolados junto a sus concubinas sobre el sepulcro del fallecido Inca, llegando
a tratarse, en ocasiones, de varios cientos de personas.
La nobleza estaba dividida en dos clases dominantes. En primer lugar estaban
situados inmediatamente después del Inca, todos los descendientes del soberano,
quienes conformaban la denominada panaca real. Al parecer, el monarca llegaba a
tener cientos de hijos con sus numerosas concubinas, situación que a veces
complicaba la satisfacción de las necesidades de alojamiento y manutención de
esta clase acomodada. Estas personas, llamadas “orejones” por los españoles, por
causa de la deformación de las orejas que se provocaban a propósito con el uso
de unos enormes adornos circulares encarnados en sus lóbulos, consumían en
demasía y llevaban una vida de lujos que, en ocasiones, poco tenían que
envidiarle a la que llevaba el monarca. Sólo miembros de esta clase podían
ejercer las principales dignidades religiosas, además llegaban a obtener
destacados cargos administrativos y militares, y tenían privilegios de los que
no podían gozar quienes se encontraran fuera de la nobleza, como la poligamia.
La otra clase dominante estaba constituida por los Curacas. Estos eran los
caciques de las naciones conquistadas que los Incas con sus guerras iban
adosando a su creciente imperio. Los monarcas incas sabían cómo lograr pleitesía
y admiración de sus conquistados, y una de sus estrategias era justamente no
remover a estos caciques de su cargo, llevarse a sus hijos para que fueran
educados en el Cuzco prácticamente como virtuales rehenes, e incluso no prohibir
la religión local, siempre que se adorara en primer término la figura del Inca,
se respetaran la leyes y la religión oficial.
En ocasiones este tipo de medidas no era suficiente y se llegaban a realizar
traslados de una tierra a otra para facilitar la integración. La autoridad de
estos personajes era solamente local. Si bien los “orejones” eran seres
absolutamente superiores y contaban con privilegios exclusivos inherentes a su
dignidad, los Curacas disponían también de ciertos privilegios que los
diferenciaban fuertemente del pueblo, aunque en este caso, aparentemente,
recibían estos privilegios en forma de obsequios y halagos de parte del
soberano, como para dejar en claro que no les eran inherentes. Así se lograba
mantener a los Curacas en su lugar dentro de la escala social incaica, y a su
vez se establecía toda una cadena de distribución de privilegios, bienes, y
lealtades que aseguraban el perfecto funcionamiento de las instituciones. Estas
prebendas podían incluir el uso de literas, vestidos de telas finas, viviendas
en zonas nobles, concubinas y servidores.
Existía además otro grupo de privilegio que era el de las denominadas aclla, o
mujeres elegidas. Estas mujeres eran elegidas entre las más bellas del imperio
cuando eran niñas, y eran educadas conjuntamente las que provenían de la nobleza
como las escogidas entre el pueblo. Luego de recibir una educación de elite
durante cuatro años, tenían diversos destinos que iban desde convertirse en
esposas o concubinas de miembros de la nobleza, hasta ser Vírgenes del Sol o
mamacunas, condición que las llevaba a recluirse para siempre en los acllahuasi,
manteniendo su castidad y una rígida disciplina cuya falta de observación era
pasible de la pena capital.
Organización política y social
Todo estaba dividido en el imperio en forma matemática y precisa, para facilitar
las tareas tendientes a lograr el estricto orden pretendido por el Estado. La
población de todos los territorios del imperio en su conjunto al momento de la
llegada de Francisco Pizarro, se estima entre unos veinte y treinta millones de
personas. La denominación de este reino, era Tawantinsuyu, o imperio de los
cuatro costados o regiones, ya que estaba dividido en cuatro territorios: el
Collasuyu, al Sur, que era el más extenso de todos; el Cuntisuyu, segunda parte
del imperio, que abarcaba las regiones localizadas al oeste y sudoeste de la
ciudad del Cuzco; el Chinchasuyu, que ocupaba los actuales territorios de
Ecuador y sur de Colombia y el Antisuyu, que se extendía hacia el Este, donde se
sitúan las laderas orientales de la cordillera y el nacimiento de la selva
amazónica.
Cada uno de estos territorios, o costados, contaban con una especie de
gobernador a la cabeza, denominado Tucuyricuc o Suyoyoc Apu. Éste detentaba el
poder máximo en temas de toda índole, administrativos, jurídicos, políticos y
militares. Comandaba desde la sede de su gobierno a un verdadero ejército de
funcionarios que eran itinerantes o residentes en los diferentes pueblos de su
distrito. A su vez, su desempeño era celosamente vigilado por funcionarios
imperiales. Los cuatro suyos eran los territorios originales de las diferentes
culturas conquistadas mediante las armas por los incas.
Hacia cada uno de ellos se dirigía uno de los cuatro caminos principales que
salían desde la capital, el Cuzco, que significaba ombligo del mundo. Esta
ciudad, habitada por unas 200.000 personas a la época de la conquista, también
se hallaba dividida en cuatro distritos, que pertenecían a dos partes
principales. La mitad inferior de la ciudad se llamaba Hurin Cuzco y la superior
era Hanan Cuzco. A su vez, cada uno de los cuatro distritos tenían
subdivisiones, y en cada uno de ellos intentaba agruparse a los habitantes según
su raza y origen, quienes mantenían en parte sus costumbres y vestimenta típica.
De esta organización urbana, podían conocerse datos como la clase social,
procedencia y grupo étnico, tan sólo con saber en cuál barrio de la ciudad vivía
una persona.
Esta civilización llegó a formar un Estado con una organización social realmente
sorprendente, que no deja de causar aún hoy en día el asombro de investigadores
e historiadores del mundo entero. La población vivía en casas o pequeños núcleos
habitacionales diseminados por el campo y los sembradíos. Cuando se trataba de
pueblos de mayor envergadura, éstos solían encontrarse enclavados en salientes
rocosas y demás sitios no aptos para los trabajos agrícolas, de manera de
aprovechar al máximo las superficies cultivables. Las personas que habitaban
estos pueblos se agrupaban de acuerdo a una forma original de organización
social denominada ayllu, que fue la base de esta sofisticada estructura.
El ayllu era una comunidad conformada por todos los descendientes de un
antepasado común, y no tenían un número predeterminado de miembros, podían ir
desde unas pocas decenas hasta cientos de personas. El conjunto de ayllus
formaba la población de las aldeas, y cada uno de ellos, como una unidad social
poseían un determinado territorio a los efectos de la residencia, el culto a los
espíritus y las labores agrícolas a las cuales estaban obligados. Esta misma
estructura estaba presente incluso en la corte real, ya que la nobleza cuzqueña
era el grupo descendiente del monarca, pero se diferenciaban por su denominación
especial –panaca real-, algunos privilegios como el de la poligamia, y además
por que no poseían porciones de tierra asignadas debido a que nunca debieron
cumplir con tarea agrarias. En oportunidades, se realizaba el traslado de ayllus
completos, que a veces significaba el traslado en masa de pueblos enteros, por
motivos religiosos, estratégicos, políticos o económicos.
Estos grupos trasladados eran denominados mitimaes. El pueblo o hatun runa, era
el verdadero motor del imperio, tenían la responsabilidad de trabajar las
tierras del Estado con el objeto de crear riquezas que fueran suficientes para
el mantenimiento básico personal de los plebeyos, la manutención de las clases
privilegiadas improductivas y del inmenso aparato estatal. Los miembros de los
ayllu, es decir todo el pueblo fuera de la nobleza, no poseían absolutamente
nada ya que en el imperio no existía algo como la propiedad privada, y ni
siquiera podría llamarse privada a su vida personal.
No les estaba permitido cambiar de residencia, ni siquiera cambiar los colores
de la ropa y el sombrero que debían utilizar para ser identificados según su
origen, además no tenían derecho a ninguna clase de educación proveniente del
Estado, salvo la estrictamente ligada al aprendizaje de técnicas de trabajo.
Dentro de los ayllus, aunque con cierta independencia de éste, se encontraban
los Yanaconas, que aparentemente tenían la tarea de cuidar las propiedades
rurales del Inca, como sembrados y ganado, aunque no se ha llegado actualmente a
una conclusión definitiva sobre la actividad y status de este miembro del grupo.
El Estado llevaba el control estadístico sobre todo; se contabilizaba y
registraba la población según sexo, edad, clase, ocupación, residencia. Toda la
población del Tawantinsuyo se dividía según un sistema decimal que los
organizaba en decurias, agrupaciones de diez cabezas de familias de entre
veinticinco y cincuenta años. Luego se organizaban en cincuenta, cien,
quinientos y mil individuos, categorizados por edad, sexo, etc.
Todos los individuos estaban completamente controlados por el Estado
prácticamente en cada uno de sus actos, incluso en los más íntimos como las
relaciones con sus congéneres. Nada era privado, ya que según la concepción del
Estado todo era de su incumbencia, de manera que era absolutamente normal el
control incluso sobre los nacimientos y los matrimonios, siendo esto último de
carácter obligatorio. Si alguien no había encontrado con quien contraer
matrimonio dentro de las edades indicadas, entre los 24 y 26 años para los
hombre y de 18 a 20 para las mujeres, el funcionario encargado formaba las
parejas según su criterio, de manera de que todos cumplieran con su obligación.
Algunas mujeres solteras podían llegar a convertirse en concubinas de altos
funcionarios
El Quipucamayoc era el funcionario que se encargaba de controlar todas estas
cuestiones de estadísticas y censos, fundamentales para las políticas
demográficas seguidas por el Estado. Su elemento de trabajo primordial era el
quipu, complejo instrumento confeccionado en cuerdas, que según la forma, nudos
y colores con que se armaba, contenía una u otra información. Este sistema
nemotécnico tenía un método que pocos conocían ya que su enseñanza estaba
reservada solamente a escogidos funcionarios estatales, miembros de la nobleza y
otros pocos individuos ligados a tareas estatales. Existían en el Cuzco
depósitos especiales donde se guardaba toda esta información, a manera de un
gigantesco ministerio de economía de un Estado del mundo actual.
Trabajo, justicia, vida social.
En el imperio Inca, pocas cosas resultaron tan importantes para el Estado como
el respeto a las leyes, y a sus efectos, se organizó un aceitado sistema de
leyes y durísimos castigos para los que las violaran. En las ciudades y pueblos
del interior del imperio había organismos similares a tribunales que entendían
en delitos leves, y los gobernadores de los distritos se erigían en jueces
superiores cuando se trataba de delitos graves. Los jueces tenían un plazo de
cinco días para concluir con los litigios. No existían las apelaciones, pero el
sistema promovía la mejor administración de justicia posible.
Existían pocas leyes, casi todas de carácter penal, como las que castigaban el
homicidio, el robo y el adulterio, delitos que tenían penas tremendas, aunque
podían existir ciertos atenuantes, por ejemplo para aquel que robara comida por
necesidad. El hablar en contra de la figura del Inca, la sedición, la blasfemia
en contra del Sol eran penadas con la pena de muerte, pero también podían serlo
otros delitos relacionados con la organización y el funcionamiento de la
maquinaria estatal, como destruir puentes y caminos, sembradíos, edificios
públicos, árboles frutales, etc. Se adjudicaba a las leyes un carácter casi
divino, ya que emanaban del Inca, y por eso violarlas era un sacrilegio, aunque,
como suele darse en este tipo de estructuras, la justicia no alcanzaba a todos
por igual, viéndose más favorecidos los miembros de la nobleza por los fallos de
los jueces.
Las leyes relativas al fisco, eran de vital importancia ya que organizaba los
ingresos con los que se nutría el aparato del Estado.
A sus efectos, el territorio imperial se dividía en tres partes, y lo producido
dentro de cada una de ellas, se destinaba a su titular. Los titulares de estas
tres partes eran, el Sol, el Inca y el pueblo. Lo destinado al Sol se empleaba
en mantener toda la inmensa estructura religiosa del Estado, con su culto, sus
castas sacerdotales y templos. Lo que correspondía al Inca, pasaba a cubrir
todos los gastos del aparato del Estado, incluyendo la manutención de la nobleza
improductiva y el boato real. Por último, restaba lo producido en la parte
correspondiente al pueblo, esta tierra se dividía proporcionalmente entre todos
los habitantes, y era trabajada por estos para lograr su propia manutención.
Todas estas tierras eran trabajadas exclusivamente por el pueblo, que de esta
forma contribuía obligadamente con su fuerza de trabajo al mantenimiento del
Estado mediante este sistema denominado mita.
En este imperio no existía la pobreza, nadie jamás pasaba hambre debido a la
compleja distribución de las tierras y tareas que marcaba la ley, lo que
constituía una especie de comunismo agrario primitivo.
Resulta notable el hecho de que a pesar de haber contado con una extensión
territorial y una población rara vez igualada en la historia por un único
imperio, lograron a fuerza de organización y decisión política erradicar la
pobreza, la miseria y la marginalidad, cosa raramente alcanzada a lo largo de la
historia de la humanidad, aunque a costa de un Estado opresor y omnipotente que
no permitía el menor atisbo de iniciativa individual ni propiedad privada. Según
éste sistema comunitario, la tierra era propiedad del Estado pero era entregada
a la colectividad y todos debían trabajar en ella. Sólo a los ancianos y
enfermos se les permitía no trabajar, todos los demás debían hacerlo y vivir del
producto de ese trabajo.
Cuando las personas del pueblo contraían matrimonio, el Estado les proveía de
una casa –según el caso podía ser construida por la comunidad- y una porción de
tierra o tupu, en usufructo que debían trabajar con el fin de abastecerse. A
cada hijo varón que nacía se le entregaba una porción y si nacía una niña se le
entregaba media porción de tierra. Cada año, los funcionarios del Estado que
recorrían todos los territorios imperiales con sus quipus, redistribuían la
tierra según las modificaciones dentro de los grupos familiares, haciendo
cumplir estas leyes agrarias y demográficas.
Por otra parte, todos los habitantes debían cumplir una labor comunitaria
obligatoria que sería algo así como el pago del tributo al poder imperial, que
los obligaba a trabajar con el sistema de la mita en la obra pública como la
construcción de puentes, templos, caminos, las minas y demás tareas para el
Estado. Este mismo sistema fue más tarde adaptado por los españoles para
consolidar su estructura de explotación de los grupos indígenas.
Esta especie de fraternidad denominada ayni en la cual todos trabajaban para sí
mismos, para el prójimo y para el Estado, se manifestaba fuertemente, cuando
alguna situación como un trabajo demasiado duro, o si un factor climático o
alguna peste llegaba a dañar las plantaciones de algún territorio. En estas
situaciones, el Estado organizaba el auxilio de los vecinos, para que las
víctimas no debieran sufrir ningún tipo de privación.
En cuanto a los rebaños de animales, estaban formados por llamas, alpacas,
guanacos y vicuñas.
Se trata de camélidos que en la actualidad continúan existiendo y conformando un
recurso económico de importancia para los habitantes de la zona. De estos
animales, que eran todos eran de propiedad exclusiva del Inca y del Sol, se
extraía lana -siendo la de la llama la menos apreciada y la de vicuña y alpaca
las más finas- y a algunas se las utilizaba también como bestias de carga,
aunque debido a su poca resistencia, debían armarse caravanas de hasta mil
ejemplares, que además no podían recorrer más que unos cuarenta y cinco
kilómetros diarios. Anualmente, nutridos grupos de llamas machos arribaban al
Cuzco y eran utilizados por la corte para su consumo y sacrificios en ritos
religiosos. Estaba absolutamente prohibido sacrificar ejemplares hembras.
Si bien las leyes laborales eran tan estrictas y exigentes a los fines de no
permitir el ocio, como para llegar a contemplar incluso que los niños de cinco
años ya debieran comenzar a ayudar a sus padres, también contemplaba que el
Estado mantuviera a los ciegos, sordomudos, minusválidos y ancianos, sin que
tuvieran que realizar labores. Tampoco quedaba jamás un huérfano abandonado ya
que estos niños eran confiados a una familia que los educara y alimentara. Estas
leyes de protección a los más débiles constituían un o de los valores más
importantes para la sociedad.
Arquitectura, ingeniería, caminos Reales y la guerra.
Uno de los ámbitos entre los que más descollaron los incas fue en su
arquitectura, materia en la cual se destacaron principalmente con la
construcción de templos, palacios y edificios militares. Por todos los rincones
del imperio proliferaban este tipo de construcciones, que formaban parte de su
sistema de dominación y expansión territorial, al utilizar la construcción de
edificios como otro elemento aglutinante de la variedad de etnias y culturas tan
diferentes que habían sido dominadas. Su arquitectura se destacó por el
tratamiento de la piedra, como material principal de sus construcciones.
Si se alcanzan a distinguir diferentes estilos dentro de su arquitectura, éstos
se definirán a partir del tipo de bloque utilizado, dándole su tamaño y forma,
mayor o menor importancia al conjunto. Podrían distinguirse así, tres estilos:
el más sencillo, realizado con piedras sin labrar, y de forma irregular,
especialmente utilizado en la construcción de viviendas; el segundo, para lo
cual se utilizaban piedras perfectamente labradas, con formas geométricas, a
veces insólitas como la famosa piedra de los doce ángulos de Cuzco, para la
construcción de palacios, templos y edificios estatales; y en tercer lugar las
construcciones de carácter ciclópeo, para lo cual se utilizaban piedras de
tamaños, a veces inverosímiles, que provocan aún en la actualidad no sólo el
asombro, sino el interrogante de cómo pueden haber sido transportadas -a veces
durante largas distancias sobre terrenos irregulares- sin haber contado los
incas con el auxilio de la rueda ni de herramientas duras.
Este último tipo de construcción se utilizaba especialmente para edificaciones
de carácter militar. Como ejemplo se puede citar especialmente a la célebre
fortaleza de Sacsahuamán, en las afueras del Cuzco, especie de muralla defensiva
con significación religiosa que causó el horror de los conquistadores españoles,
llegando incluso a ser calificada como “construida por el demonio” por el fraile
Valverde, y a ordenar su destrucción, cosa que finalmente no pudo ser llevada a
cabo. En cualquier caso, sus construcciones eran normalmente de una sola planta.
Tal fue la pericia alcanzada en estas artes por esta civilización, que provocó
el asombro de los conquistadores y hoy en día, se mantienen en pié todas
aquellas obras no destruidas por ellos, luego de siglos de soportar ataques,
saqueos y terremotos.
El más famoso de sus templos fue el Templo del Sol localizado en Cuzco, que se
denominó Coricancha. No fue sólo el más famoso, sino también el más importante,
ya que constituía el centro mismo del culto al Sol para todo el imperio. Estaba
compuesto por un edificio principal y varios más pequeños, que ocupaban en su
conjunto una gran extensión de terreno en el área central de la ciudad.
Sus paredes eran de piedra labrada a la perfección, y cada bloque estaba unido
uno a otro sin ningún tipo de argamasa a pesar de lo cual no podía introducirse
por sus juntas ni la más delgada punta de espada. En su interior colgaba una
inmensa imagen del sol labrada en oro, incrustada de esmeraldas, y otras más
pequeñas que exhibían todo tipo de piedras preciosas. Poseía un inmenso jardín
donde todas sus plantas, sus flores, animales y mariposas eran de oro, incluso
los más básicos adornos y hasta las cañerías de agua eran del áureo metal.
Casi todas las paredes estaban enchapadas en oro desde el piso al techo y hasta
las cornisas exteriores del edificio principal lo estaban. Había otro templo
menor dedicado a la luna, en cuyo interior destacaba su imagen, confeccionada en
plata. Otros edificios menores estaban dedicados a la adoración a las estrellas,
al relámpago y al arco iris. En sus alrededores había edificios que albergaban
en sus habitaciones a numerosos sacerdotes que desarrollaban el culto religioso.
Era casi una ciudad dentro de otra, habiendo llegado a contar con una planta
estable entre trabajadores y sacerdotes de unas cuatro mil personas.
Otra importante edificación de carácter religioso fue el Templo de Pachacámac,
cuyas ruinas se encuentran en las proximidades de la actual ciudad de Lima,
capital del Perú, que aunque fue construido con anterioridad a la llegada de los
incas a esa zona, éstos lo mejoraron utilizando su estilo arquitectónico. Otros
sitios donde pueden apreciarse restos arqueológicos de importantes asentamientos
son Pisac, Ollantaytambo, Tambo Machay y muy especialmente, la asombrosa
ciudadela de Machu Picchu, construída sobre el río urubamba, a una altura de
2350m sobre el nivel del mar, y recién descubierta en el año 1911.
Cabe destacar la extrañeza que provoca el ver algunos contrastes tan marcados en
su arquitectura. Mientras desarrollaron obras tan perfectas y monumentales
dentro de su estilo, que aún hoy causan asombro, no utilizaron la columna ni el
arco; casi todos los techos fueron de paja y es prácticamente inexistente
cualquier tipo de construcción que tenga más de una planta. Asimismo, casi
desconocieron el uso de ventanas, no desarrollaron una veta artística para hacer
más bellas sus construcciones como la pintura o algún tipo de frisos o molduras.
Insólitamente, se estima que no llegaron a conocer el uso de la rueda, al menos
para la construcción ni el transporte, y ni siquiera desarrollaron un sistema
para ensamblar vigas, las que sujetaban atándolas con fibras de maguey.
También se destacaron por sus obras de ingeniería, dirigidas especialmente al
desarrollo de las tareas agrícolas y a las comunicaciones, temas en los que
superaron ampliamente a otras culturas precolombinas. Son famosos sus
impresionantes desarrollos de terrazas escalonadas para el cultivo que podían
llegar a tener decenas de metros de ancho y hasta 1500 metros de largo, y sus
sistemas de irrigación, que eran capaces de trasladar agua a través de enormes
distancias mediante canales y acueductos subterráneos perfectamente construidos
con enormes lozas.
En las zonas de la puna se construían lagos artificiales alimentados mediante
canales, desde donde se redistribuía el agua hacia las zonas de sequía. Las
terrazas eran construidas en sitios a veces inaccesibles, como escarpadas
laderas de montañas, para luego ser llenadas con tierra, ganando de esta forma
preciosos nuevos terrenos para el cultivo. La tierra era trabajada además con
abono producido en enormes cantidades por ciertas aves de la costa, cuya caza o
daño era penada con la muerte. Este abono se denominaba guano, y es el nombre
que aún hoy conserva, incluso se continúa utilizando en la actualidad y
constituye una importante fuente de recursos para el Perú.
En cuanto a las comunicaciones, tuvieron un desarrollo impresionante gracias a
la aplicación de sus conocimientos de ingeniería, llegando a crear una red de
caminos y puentes, que sólo conoce un antecedente comparable en la que fuera
construida en el antiguo imperio romano. Tan importante resultó esta obra que
todo el proyecto de conquistas, y el funcionamiento de la vasta organización del
aparato estatal, se basó en su existencia y buen funcionamiento. Dentro de esta
intrincada red de caminos que puede haber alcanzado una extensión de 40.000
kilómetros se destacaban por su importancia el que iba desde el Cuzco hasta
Quito, y el que iba desde el Cuzco hacia el sur, llegando hasta los confines del
imperio. Iban por el medio de las montañas, por valles o bordeando la costa. Los
tramos principales estaban totalmente cubiertos por piedras lisas en forma de
lozas, y en otros sectores, los materiales se habituaban a las necesidades,
además, en lugares calurosos se encontraban bordeados de arboles para dar sombra
al caminante.
A lo largo de toda su extensión, regularmente podía encontrarse los llamados
tambos, especie de almacenes totalmente provistos de todo tipo de elementos
necesarios para el descanso, abrigo y alimentación. Cuando estos caminos
llegaban a un abismo –algo bastante habitual- existían inmensos puentes que,
según las necesidades, podía llegar a ser colgante sobre base de cables de
fibras vegetales, y de una enorme longitud. Los ríos poco caudalosos eran
cruzados por balsas que aguardaban al caminante en puestos permanentes. Pero no
sólo caminantes se trasladaban por esta vías, sino que lo hacían miles de
funcionarios, inmensas caravanas de llamas, comitivas que incluso a veces
acompañaban al Inca, ejércitos pertrechados para la batalla, y correos.
Éstos últimos, llamados chasquis, conformaban un servicio de correo sin igual,
integrado por profesionales de uniforme, organizado a la perfección para que la
noticias llegaran de un extremo a otro en el menor tiempo posible o para que el
inca pudiera disfrutar de la pesca del día en su cena, entre otras cosas. Cada
unos dos o tres kilómetros, existían unos pequeños refugios a ambos lados del
camino en donde residían en forma permanente dos chasquis.
En todo momento había uno descansando y otro vigilando el camino; cuando llegaba
un correo avisaba haciendo sonar una especie de pequeña trompeta, y el que
estaba esperando comenzaba a correr al lado del recién arribado, mientras éste
último transmitía el mensaje oral para que el otro lo memorizara o le entregaba
el envío. De esta forma, la transmisión del mensaje o envío jamás se detenía ni
un instante desde su partida hasta el punto de destino, llegando a alcanzar una
velocidad promedio de diez kilómetros por hora en forma ininterrumpida.
A través de esta fabulosa red de caminos se trasladaban también los ejércitos
del Inca hacia sus guerras de conquista. Este ejército estaba formado por
hombres de 25 a 50 años de edad, y cualquiera que estuviera dentro de esas
características podía llegar a ser incorporado. En épocas de guerra, los pueblos
del interior eran literalmente vaciados de hombres, ya que éstos eran reclutados
compulsivamente a través de todo el territorio.
El jefe supremo del ejército era el Inca, o el heredero del trono, en su calidad
de escogido como sucesor, y era habitual que alguno de estos dos personajes
acompañara en persona a la hueste imperial. Sus cartas de triunfo principales
eran la táctica y estrategia, que se llevaba a cabo con pericia, gracias a la
férrea disciplina con que se desempeñaban los soldados, y a su perfecta
organización. Hoy en día nos parece casi increíble imaginar al ejército,
compuesto por decenas de miles de hombres, trasladándose por los caminos a
distancias inimaginables de sus hogares, junto con caravanas de cientos de
llamas que los aprovisionaban de alimento y fuerza de carga. Sus armas eran
numerosas, y se destacaban el arco y la flecha, la honda, y la macana, especie
de mazo con filos. Se protegían con armaduras, cascos y tablas de madera, así
como con escudos de piel.
A diferencia de lo que sucedía en mesoamérica por la misma época, donde los
aztecas arrasaban con los pueblos conquistados, los Incas tenían la modalidad de
intentar vencer al enemigo con la menor violencia posible, incluso mediante la
diplomacia, y cuando la batalla terminaba, los vencidos eran tratados como
amigos, sus jefes recibían cargos políticos y presentes, y sus dioses eran
respetados, obviamente con la condición de aceptar la dominación del poder del
Cuzco. Luego de estas campañas de conquista, se producía un apoteótico regreso
triunfal al Cuzco, similar a lo que sucedía en la Roma imperial, durante el cual
el Inca exhibía sus trofeos y presentaba a sus nuevos vasallos. Era ésta una
oportunidad para grandes ceremonias de tinte religioso durante las cuales la
ciudad entera se llenaba de música y de danzas.
Religión
Todas las actividades de esta civilización estaban imbuidas de religión, todo
era místico y, de una forma u otra, todo tenía origen o destino divino. El
espíritu profundamente religioso del pueblo era exacerbado por la acción del
Estado para que constantemente se profundizara aún más y más, diseñando una
intrincada parafernalia de dioses, ritos y ofrendas sin los cuales era imposible
llevar adelante la vida sin verse afectado por poderosas fuerzas sobrenaturales.
El temor a lo desconocido promovido en el pueblo por la religión oficial,
operaba como elemento fundamental para la unidad del imperio y la dominación de
las enormes masas que lo conformaban. De tal forma, el gobierno incaico
constituyó una absoluta teocracia, sumamente opresiva.
No existe una absoluta claridad sobre muchos aspectos de la ideología religiosa
de los incas, y se estima que existían algunas diferencias esenciales entre el
culto de la elite imperial y el que desarrollaban las masas rurales. Es posible
que algunas figuras del panteón incaico fueran de excesiva complejidad para las
mentes básicas de los componentes del hatun runa, y que, de esta forma, se haya
ido adaptando el culto a las diferentes clases sociales. Así, se habría ido
sofisticando el culto en los selectos templos urbanos donde se desempeñaba el
poder eclesiástico imperial, mientras que se iba precarizando en las zonas
rurales al verse irremediablemente influidas por las creencias populares de las
clases campesinas, algunas de ellas incluso, anteriores al sometimiento de sus
pueblos.
La base religiosa era la creencia en una entidad superior todopoderosa, que
había creado el mundo y el universo. La denominación de éste dios creador era
Viracocha, quien luego de crear el mundo arribó a la tierra desde el lago
Titicaca, para pasar a crear la humanidad. Seguidamente, les dejó los
mandamientos para llevar adelante la civilización y se marchó caminando sobre
las aguas en dirección al sol, no sin antes prometer que regresaría en el
futuro. En realidad, es muy relativo lo que se conoce sobre este dios
civilizador, ya que existen en la zona andina múltiples leyendas sobre él, que
refieren diferentes orígenes, formas y características, haciendo muy confusa su
verdadera entidad. Es probable que este mito haya llegado a nuestros días
después de haber sufrido adaptaciones de todo tipo luego de recibir influencias
de creencias cristianas y mitos de zonas rurales. No deja de ser significativo
que una vez caído el incanato este culto desapareció completamente.
Por otra parte, existen discrepancias sobre la importancia del culto a
Viracocha, y al Sol, y sobre las épocas y oportunidad de éstos. Hay teorías que
dicen que el culto al Sol tomó fuerza a partir del acceso de Pachacuti al trono,
ya que éste tomó la decisión política de erigirlo por sobre todas las cosas,
eclipsando la figura de Viracocha, pero también hay teorías que dicen
exactamente lo contrario.
Parece bastante probable que, a mediados del siglo XV, Pachacuti haya tomado la
decisión política de elaborar junto con sus asesores en temas de culto, los
amautas, una teología basada en la adoración al Sol, con la intención de dejar
de lado figuras como Viracocha, que se presentaban como sumamente complejas para
las masas campesinas, permitiendo de esta forma, crear un nuevo orden religioso
más sencillo, accesible y por lo tanto, mas aglutinador.
Así, en poco tiempo, se habría iniciado la operación política de unificar todos
los cultos en el nuevo orden religioso oficial, con sus dioses, sus ritos y
ofrendas técnicamente diseñados a la medida de personas que requerían un culto
de fácil comprensión y cumplimiento. Mediante una exitosa gestión de los
funcionarios del Estado, todo el imperio se pobló de Templos del Sol de los
cuales el más importante fue el Coricancha de Cuzco, cada uno de los miembros
del hatun runa, cumplió con su culto, un tercio de las tierras de todo el
imperio se le adjudicaron en propiedad al Sol, y los Incas se convirtieron por
obra y gracia divina en hijos del refulgente astro.
De tal forma, la divinidad principal fue el astro solar, a quien, como ya se ha
dicho, se adjudicaba la paternidad sobre la dinastía real y la fundación del
imperio Seguidamente, como deidad menor se adoraba también a la luna, hermana
del sol, a la que se acostumbraba representar con un disco confeccionado de
plata. Otras deidades también fueron Venus y las estrellas. El rayo, los
relámpagos y las tormentas se representaban unificados en la figura de Illapa, a
quien se le invocaba para pedirle el agua de lluvia necesaria para traer riqueza
a los campos.
Era muy importante en el interior el culto a la Pachamama, o diosa madre de la
tierra, que aún hoy en día continúa rindiéndose en la mayor parte de las tierras
que pertenecían al imperio, y en las franjas costeras se adoraba a la Mamacocha,
o madre del mar. Era también muy importante el culto a Pachacámac en la costa
central, aunque prácticamente se limitaba a esta zona, donde se encontraba su
famoso Templo, que databa de épocas anteriores a la llegada de los incas.
Creían en el más allá y en la inmortalidad del alma luego de la muerte física,
razón por la cual desarrollaron sofisticadas técnicas y rituales de
momificación.. Esto fue principalmente aplicado a los gobernantes, los cuales,
una vez fallecidos, eran momificados y mantenidos sentados en tronos de oro
dentro de un templo de la capital imperial, y sacados a participar en desfiles y
procesiones por la ciudad del Cuzco en ocasión de ciertas festividades.
Tenían la creencia de que existían tres mundos: el Janajpacha , que era el mundo
de arriba, algo así como el cielo para los cristianos, el Uku pacha o mundo de
abajo donde los malos iban a pagar sus penas con siglos de trabajos forzados, y
el Kay pacha, o mundo del agua.
Los campesinos también rendían culto a multitud de divinidades e ídolos
regionales, y espíritus, que, en varios casos. modificados por las creencias
cristianas, continúan rindiéndose hoy en día. De entre aquellos se destacaba la
Huaca, término algo ambiguo que podría englobar varios tipos de objetos y
lugares, que pudieran ofrecer alguna característica especial o aparentemente
sobrenatural. La religión de las masas campesinas comprendía también las
prácticas rituales llevadas a cabo por hechiceros y brujos que disfrutaban de
gran popularidad y respeto entre los naturales. Poseían supuestos poderes con
los cuales podían convertirse en animales –especialmente en cóndores y pumas-, y
preparaban poderosas pociones que, según los efectos buscados, podían solucionar
problemas afectivos o personales.
El sumo sacerdote, cabeza de la religión oficial del incario era el Villac Umu .
Su importancia era enorme, ya que regía los destinos de una organización
gigantesca y compleja, vital para la unidad imperial, y sólo era inferior en
jerarquía al Inca, de quien generalmente era hermano o primo. Supuestamente
debía llevar una existencia casta durante toda su vida, pero de acuerdo con las
crónicas, se estima que pudo haber tenido concubinas. Presidía un consejo
supremo integrado por una decena de sacerdotes denominados Hatun Villca, con
quienes diseñaban las técnicas de ritos y cultos oficiales, y presidían las
festividades religiosas.
Otro grupo de importancia dentro de las jerarquías sacerdotales era el de los
adivinadores o huatuc, quienes formaban un virtual oráculo permanentemente
consultado por el Inca para conocer lo que le depararía el futuro.
En las festividades oficiales se realizaban ricas ofrendas y numerosos
sacrificios de animales -llamas y carneros- y en ocasiones especiales también se
realizaba algún sacrificio humano, aunque esto era aparentemente muy poco
habitual. Las ceremonias oficiales más importantes se llevaban a cabo
simultáneamente en todo el imperio y tenían que ver siempre con los ciclos
agrícolas, entre las cuales se destaca la famosa festividad del Inti Raymi, que
hoy en día se lleva a cabo en el Cuzco todos los años en el mes de Junio, aunque
actualmente tiene menos de místico que de teatral, y su objetivo está más
afianzado en la melancolía por las glorias del incario y la repercusión en el
turismo, que en la ceremonia ritual de antaño.
¿Qué nos dejaron los incas?
No cabe duda de que la cultura incaica, llegó a un grado de desarrollo que la
equipara a cualquiera de las grandes civilizaciones antiguas del mundo. Son
notables sus alcances en lo social, cultural, técnico, político y económico, y
es imposible no admirar que llegaron a ello en un estado de virtual aislamiento
del resto del mundo conocido. Obviamente no todo aparece como admirable, sino
que existen componentes de su cultura sumamente repudiables como el sistema de
opresión instaurado por el incanato sobre las enormes masas de campesinos,
mantenidos en la más abyecta ignorancia para poder ser dominados y dirigidos
hasta en sus más íntimas acciones.
Sin embargo, no hay que dejar de lado el hecho de que ésta fue una cultura
enteramente original al haberse desarrollado en un virtual aislamiento del resto
del mundo, y de que ellos se encontraban en un nivel de desarrollo que para
algunos antropólogos no pasa de lo que sería para el esquema tradicional la edad
de los metales, encontrándose en teoría en un grado de civilización similar al
de antiquísimas civilizaciones de la zona de la antigua mesopotamia, miles de
años antes de Cristo. Si se comparan las instituciones y logros de esta cultura,
con las de otras similares, nos encontraremos con elementos negativos similares,
pero otros positivos absolutamente superiores, incluso si la comparamos con la
civilización europea que los conquistó, donde, a pesar de contar con un
desarrollo comparativo de miles de años de ventaja, eran comunes las masacres,
la tortura, la inquisición, la miseria, el hambre y la esclavitud.
De todas formas, no existe medio alguno para conocer en qué dirección hubiera
seguido el desarrollo esta civilización que logró, entre otras cosas, desterrar
el hambre, la miseria y la falta de solidaridad de entre sus habitantes, si su
marcha no hubiera sido interrumpida por la espada de acero toledano del
conquistador español, aunque no hay que olvidar que cuando esto sucedió, el
imperio parecía haber entrado en un proceso de descomposición, merced a su
guerra fratricida, con un final absolutamente incierto. Por otra parte, tampoco
se dispone de la completa información adecuada como para intentar imaginarlo,
debido a la falta del conocimiento de la escritura y la pintura de esta cultura
que sólo dejó una tradición oral, que se volcó a relaciones escritas por
españoles.
Sin embargo, al viajar en la actualidad por los territorios de Perú, Bolivia,
Argentina y Colombia, que hace siglos fueron ocupados por los incas, y al leer
las estadísticas socio-económicas de los países que hoy ocupan esas tierras, uno
ve desolación, campos vacíos y abandonados, sequía, masas de personas
desempleadas en la más abyecta miseria, esclavizados, perseguidos y acorralados,
miles de niños muriendo de hambre anualmente abandonados a su suerte por sus
autoridades, quienes a través del tiempo han llegado a convertir a esta zona en
una de las más pobres del mundo, y uno no puede evitar preguntarse: ¿Qué fue lo
que sucedió?
A pesar del exterminio de esta civilización y de todo lo que había logrado, con
el correr de los años, el legado de su cultura se difundió a todas las
latitudes, y luego de mucho tiempo de no haber recibido demasiada consideración,
comenzó a fascinar al mundo: Más allá de la presencia de infinidad de elementos
incaicos en la cultura de las sociedades aborígenes actuales de la zona, como la
lengua, la alimentación, la ropa, los tejidos, costumbres, etc., el mundo entero
convive en nuestros días con su legado, aunque normalmente no lo percibe. Muchas
palabras de su lenguaje, ( el quechua, lengua hablada en la actualidad por
muchos naturales de los territorios del extinto imperio) o derivadas
etimológicamente de ellas forman parte de distintas lenguas de la actualidad.
Una enorme cantidad de los vegetales que formaban parte importante de la dieta
básica incaica llegaron a Europa y se consumen hoy masivamente en todo el mundo
sin que casi nadie tenga noción de su origen incaico, especialmente la papa y la
batata, el tomate, el frijol, la calabaza y el maíz, mientras que otros están
comenzando a hacerse más populares luego de haberse descubierto en ellos
notables propiedades nutritivas como el caso de la Quinua –a la que se sindica
como el grano del futuro- y el Amaranto, que está comenzando a ser cultivado en
diversos países. Otro vegetal de importancia fue la hoja de Coca, elemento
absolutamente fundamental de la vida de los incas, y de sus descendientes de la
actualidad, que llegó a tener importancia en el campo medicinal y fue la base de
la fórmula original de la bebida más famosa del mundo: la Coca – Cola, que se
llama así justamente por la hoja incaica.
Desgraciadamente, esta hoja es también la base del proceso químico que produce
la cocaína, la terrible droga que trágicamente está inundando gran parte del
mundo. Otra planta medicinal de vital importancia que se conoció desde la
conquista del Perú, y que viajó luego a Europa fue la Quina, que se constituyó
en la panacea para la cura de la malaria, cuando esta enfermedad se había
convertido en un verdadero azote para la humanidad. También existen multitud de
otras especies vegetales provenientes de la zona andina, de uso alimentario,
industrial medicinal y ornamental, que hoy en día se utilizan en todo el mundo.
Por otra parte, sistemas y diseños para confeccionar telas en talleres andinos
fueron utilizados durante mucho tiempo por todo el mundo, y las lanas de alpaca
y vicuña que utilizaban los incas en esos telares, son las mismas lanas con las
que se confeccionan algunas de las más finas prendas de abrigo que pueden
conseguirse en estos día en sofisticadas tiendas de Europa y Estados Unidos.
Si bien la veta artística de este pueblo no se desarrolló en demasía, las nuevas
creencias religiosas importadas de Europa junto con los más sofisticados
materiales y técnicas artísticas de la época, desarrollaron en el espíritu de
los indígenas catequizados un nuevo estilo artístico religioso original que a
partir de la denominada “Escuela cuzqueña”, se difundió a través de todo el
mundo colonial americano plasmándose en la arquitectura, pintura, muebles,
orfebrería y escultura. Estas piezas de inestimable valor artístico pueden verse
en la actualidad en museos e iglesias de todos los países de la zona andina, y
en museos por todo el mundo.
Es importante también, destacar el reconocimiento mundial a esta cultura,
mediante el hecho de que los principales sitios que albergan el acervo histórico
y natural de esta sorprendente civilización, como la Ciudad del Cuzco y el
Santuario Histórico de Macchu Picchu en Perú, y la Quebrada de Humahuaca, en el
norte de la Argentina, han pasado a formar parte del Patrimonio Mundial de la
UNESCO, con el propósito de su conservación para las futuras generaciones.
Cambiando quizá radicalmente de óptica, aunque sin abandonar el tema, cabría
agregar que, en el año 2000, la Walt Disney Productions realizó un largometraje
de dibujos animados, que se llamó “Las locuras del emperador” (“Emperor´s new
grove”) cuyo protagonista era un Inca llamado Kuzco, y sus personajes
principales eran una llama, una familia de un ayllu, y miembros de la corte
imperial. Obviamente, tanto el diseño de personajes, como de los escenarios y
las circunstancias del guión poco tuvieron que ver con lo relatado previamente
en el presente artículo, sin embargo, resultó algo importante que una empresa de
la magnitud de la Disney haya confiado en un tema incaico con miras a la
creación de un producto de consumo masivo, como para hacer una millonaria
inversión, y lo haya encarado con la suficiente seriedad como para enviar un
equipo al Perú durante varias semanas para la etapa de pre producción. Con más
razón hay que otorgarle importancia a este hecho, pensando en que el film fue un
éxito y contribuyó, a su manera, en mayor o menor medida a difundir entre los
niños y nuevas generaciones de todo el mundo cierto interés por la cultura
andina.
Finalmente, a pesar de que probablemente aparezca el siguiente comentario como
algo quizá desubicado dentro de un artículo de tema histórico que pretende ser
serio, creo que es importante agregarlo ya que resulta absolutamente válido a
los efectos de demostrar hasta qué punto la cultura incaica, a pesar de su
aniquilación, logró permanecer viva a través de los siglos, hasta límites diría,
inimaginables, aunque, como ya se dijo, lamentablemente sin ser percibido por la
mayoría de las personas: el tema es que a raíz de esta importante producción de
la Disney, Mc Donald’s, el restaurante de comidas rápidas más famoso del mundo,
ofreció a sus clientes durante la época de estreno de la película, un menú
especial para niños que incluía como regalo unos muñecos articulados de los
personajes.
Estando yo cierto día comiendo una hamburguesa en uno de estos locales, de
repente no pude dejar de notar que un niño en la mesa de al lado abrió la cajita
de su menú, y: 1) con una mano tomó su muñeco de Kuzco, el emperador Inca de la
película, 2) con la otra mano tomó su Coca-Cola, cuyo nombre deriva de la hoja
de Coca incaica, así como también su fórmula original, 3) en su bandeja lo
esperaban su sobre de papas fritas las cuales, sin freir, no son otra cosa que
la antigua base alimentaria del pueblo inca; una hamburguesa con tomate, vegetal
que también constituía uno de los alimentos de la cultura andina; y un sobrecito
del mundialmente difundido condimento ketchup, producido también con tomate.
Al darme cuenta de que casi la totalidad de lo que le habían servido al niño en
el Mc Donald´s, tenía origen incaico, y pensar que en ese momento estarían
sirviendo lo mismo en miles y miles de locales similares a lo largo de todo el
mundo, me vino a la mente aquella frase que dice una vieja canción: “Aunque no
lo veamos, el sol siempre está”.
Roque Daniel Favale
(favalerd@ubbi.com)
GLOSARIO
Aclla Huasi: Casa de escogidas, residencia de las Vírgenes del Sol.
Amauta: Hombre sabio. Maestro religioso.
Apacheta: Montículo de piedras, para hacer ofrendas a las divinidades..
Ayllu: División social o linaje que conformaba una unidad, base de la
organización social incaica.
Aywa: Adiós
Cápac: Señor principal. Jefe más poderoso.
Coya. Reina, mujer principal del Inca.
Cumpi: Tejido con hilado de vicuña de la calidad más fina.
Curaca: Especie de cacique, jefe de un pueblo rural.
Cuyllur: Estrella.
Chasqui: Correo incaico o mensajero.
Hanan-Cosco: Mitad de arriba. Parte alta del Cuzco
Hurin-Cosco: Mitad de abajo. Parte baja del Cuzco.
Huaca: Objeto o lugar sagrado que posee una fuerza espiritual o poder
sobrenatural.
Hatun runa: Gente grande. Denominación de la población del imperio. Pueblo.
Huatuc: Adivino
Hurin-Cosco: Mitad de abajo. Parte baja del Cuzco.
Inti: Sol. Dios Sol.
Illapa: Dios del rayo , el trueno y relámpago.
Llauto: Especie de vincha tejida con fina lana que se ceñía a la cabeza del
Inca. Su sigificado era similar al de una corona, y normalmente exhibía plumas
exóticas.
Mamacuna: Joven escogida para ser convertida en Virgen del sol.
Mascapaycha = Borla, insignia del inca.
Mita: Servicio obligatorio de trabajo para cumplir periodicamente con el pago
del tributo al Estado.
Mitimae: Poblaciones y personas trasladadas a un lugar extraño a cumplir una
tarea estatal.
Pacha: La tierra. El mundo.
Pachamama: Madre tierra.
Panaca: Grupo o linaje formado por toda la descendencia de un monarca,
excluyendo al hijo sucesor en el mando.
Poncho: Manta de abrigo con los colores del ayllu.
Puna: Zonas áridas y frías de la zona andina, a alturas superiores a los 3.000
metros
Runasimi. Lengua de los hombres. Denominación oficial incaica para el quechua.
Quipu: Cuerdas que se confeccionaban con distintos colores y nudos que se
utilizaban para contabilidad, con fines económicos, censales y tributarios.
Quipucamayoc: Funcionario del Estado encargado de los quipus.
Sapa inca: Grande. Inca principal sobre los demás.
Tambo: Posada, mesón.
Tawantinsuyo: Imperio de las cuatro regiones. Denominación oficial del imperio.
Tupu: Medida de área y de longitud. Porción de tierra que se entregaba a los
pobladores.
Yupanqui: Memorable. Apodo adosado al nombre de algunos Incas.
Waman: Halcón.
BIBLIOGRAFÍA
Baudín, Luis. La vida cotidiana en tiempos de los Incas. Buenos Aires, 1977
Disselhoff, H. Las grandes civilizaciones de la antigüedad. Destino-Barcelona.
1965
Alcina Franch, José y Palop Martínez, Josefina. Los Incas, el reino del Sol.
Anaya-Madrid. 1988
Usera, Luis y Bravo, María Concepción. Los Incas. Colección. Cuadernos Historia
16. Madrid
Longhena, María y Alva, Walter. Perú Antiguo.Ediciones Folio. Barcelona. 2005
Von Hagen, Victor. Realm of the Incas. New American Library. London. 1962
Ramos Gómez, Luis y Blasco Bosqued, Concepción. Culturas Clásicas Prehispánicas,
las raíces de la América Latina. Anaya-Madrid, 1988
Krickeberg, Walter. Mitos y leyendas de los aztecas, incas, mayas y muiscas.
Fondo de Cultura de Económica, Mexico, D. F.1995.
Espinoza Soriano, Waldemar. Los Incas: economía, sociedad y Estado en la era del
Tawuantinsuyu. Anaru, Lima: 1987.
AUTOR
Por Roque Daniel Favale